viernes, 21 de enero de 2011

Galaga

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Hemos estado de compras en Beverly Hills desde última hora de la mañana a primera de la tarde. Mi madre, mis hermanas y yo. Mi madre probablemente se ha pasado la mayor parte del tiempo en Neiman-Marcus, y mis hermanas han ido a Jerry Magnin y han cargado a la cuenta de mi padre lo que le han comprado a él y a mí, y luego van a MGA y a Camp Beverly Hills y a Privilege a comprarse algo para ellas. Yo me paso la mayor parte del tiempo en el bar de La Scala Boutique, aburrido, fumando, bebiendo vino tinto. Por fin aparece mi madre en su Mercedes, lo aparca delante de La Scala y me espera. Me levanto y dejo el dinero en el mostrador y subo al coche y reclino la cabeza en el respaldo.
-Está saliendo con ese chico mayor -dice una de mis hermanas.
-¿Y dónde estudia él? -pregunta la otra, interesada.
-En Harvard.
-¿En qué curso está?
-En noveno. Uno más que ella.
-He oído que su casa está en venta -dice mi madre.
-Me pregunto si él estará en venta -murmura la mayor de mis hermanas, que creo que tiene quince años, y luego las dos ríen en el asiento trasero.
Un camión cargado de consolas videojuego nos adelanta y a mis hermanas les entra una especie de frenesí.
-¡Sigue a esos videojuegos! -ordena una de ellas.
-Mamá, ¿crees que puedo pedirle a papá que me regale un Galaga por Navidad? -pregunta la otra, cepillándose su corto pelo rubio. Creo que tiene trece años.
-¿Qué es un Galaga? -pregunta mi madre.
-Una consola -responde una de ellas.
-Ya tienes un Atari -dice mi madre.
-Los Atari son muy baratos -dice mi hermana mientras le pasa el cepillo a la otra, que también tiene el pelo rubio.
-No lo sé -dice mi madre, ajustándose las gafas de sol y abriendo el techo corredizo del coche-. Tengo que cenar con él esta noche.
-Es alentador -dice la mayor de mis hermanas sarcásticamente.
-¿Y dónde lo vamos a poner? -pregunta una de ellas.
-¿Poner el qué? -pregunta mi madre.
-¡El Galaga! ¡El Galaga! -gritan mis hermanas.
-En el cuarto de Clay, supongo -responde mi madre.
Digo que no con la cabeza.
-¡Mierda! No puede ser -chilla una de ellas-. Clay no puede tener el Galaga en su cuarto. Siempre cierra su puerta con llave.
-Sí, Clay, eso me fastidia mucho -dice una de ellas con voz muy aguda.
-¿Por qué cierras tu puerta con llave, Clay?
No digo nada
-¿Por qué cierras tu puerta con llave, Clay? -vuelve a preguntar una de ellas, no sé cuál.
Sigo sin decir nada. Pienso en agarrar una de las bolsas de MGA o de Camp Beverly Hills o una caja de zapatos de Privilege y tirarla por la ventanilla.
-Mamá, dile que me conteste. ¿Por qué cierras la puerta con llave, Clay?
Me doy la vuelta.
-Porque vosotras dos me robasteis un cuarto de gramo de cocaína la última vez que dejé la puerta abierta. Por eso.
Mis hermanas no dicen nada. En la radio ponen "Teenage Enema Nurses in Bondage" de un grupo que se llama Killer Pussy, y mi madre pregunta si tenemos que oír eso, y nadie dice nada hasta que se termina la canción. Cuando llegamos a casa, mi hermana menor me dice al pasar junto a la piscina:
-Eso es mentira. Puedo conseguirme mi propia cocaína.

(Menos que cero, de Bret Easton Ellis. Fragmento)

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